Se acabó la maestría y creo que no lo he asimilado. He estado tan ocupado empacando y preparándome para la siguiente etapa que no ha sido sino hasta hoy que me he detenido un poco y reflexionado sobre mi vida.
Hace más de 10 años que dejé de vivir con mis padres. Tenía 18 años cuando comencé una etapa que ha estado marcada por cambios y mudanzas. En 11 años he vivido en 11 cuartos, casas y departamentos diferentes. Desde lugares que amigos definían como “pocilgas con cucarachas y olor a patas” (dónde pasé los mejores años de la universidad) hasta residencias en el piso 25 de un edificio con vista al mar que Amazon usaba para impresionar a quien se dejara.
Mudarme con tanta frecuencia me ha hecho dejar atrás una infinidad de objetos. Al igual que hace dos años y a pesar de que ahora tengo un Kindle, el día de ayer tuve que donar o vender alrededor de 50 libros. Me pregunto si las maletas que llevaré a California contienen algún objeto que me haya acompañado a lo largo de tanta mudanza. Parece ser que lo único constante en todo este tiempo se encuentra en mi mente y en mi diario que está grabado en un disco duro y en el ciberespacio.
Escribir lo anterior me hace sentirme como el barco de Teseo. Aquel al que se le remplazan todas las piezas una por una para después preguntarnos si el barco sigue siendo el mismo o si es un barco distinto. Quiero pensar que el barco sigue siendo el mismo. Que a pesar de que mis ideas, metas y vida hayan cambiado en los últimos dos años, seguiré siendo el mismo.
Hace dos años dejé una vida relativamente cosmopolita en Boston para mudarme a un pueblo en el que conviví con venados, árboles y hasta un oso que se volvió fanático de tirar nuestro bote de basura. Ahora dejo atrás el bosque y me mudaré a California. Ha sido un placer el donar la pala que usaba para limpiar la nieve en la cochera. Al mismo tiempo me doy cuenta de que tendré que remplazar mi gabardina y camisas por shorts y playeras.
Miro con optimismo la siguiente etapa que todavía no comienza. Mi única preocupación es que mi Honda Civic resista los casi 5,000 kilómetros que manejaré desde Hanover hasta San Francisco.
¡Menos mal que no te viste obligado a donar mi libro! Me ha hecho gracia lo de la pala de la nieve. De todos modos, en S.Francisco hace fresquito, no es como en L.A.
Buen viaje, buena vida. Gracias por compartir, ya no recuerdo como llegue a tu blog, creo que fue a traves de las criticas de algun libro en particular, pero siempre me lleve algo valioso para mi. Saludos desde Argentina!
Muchas gracias por tu comentario Juan, me alegra saber que encuentras algo de valor en este espacio. Saludos!
¿y cómo va todo?