Hace uno o dos años, una amiga me contó que cuando estaba entrevistando para entrar a su maestría, la persona de admisiones le preguntó…
«Si tuvieras la atención de las personas más ricas y poderosas del mundo, ¿qué les dirías?»
A mí no me hicieron esa pregunta cuándo fui entrevistado. No obstante, el día de ayer estaba pensando que quizás debería pensar en la respuesta. Hace unos meses hubiera dicho que pensar en una respuesta era una pérdida de tiempo o a lo más un ejercicio académico.
El día de hoy creo que es una necesidad más que un experimento.
A pesar de que Tuck está en un área rural de Estados Unidos, es sorprendente el ver la frecuencia con la cual ejecutivos y directores de empresas visitan la escuela. El hecho de que cualquier alumno que lo desee pueda reunirse en privado durante 15-20 minutos con estos ejecutivos hace preguntarme…
Si tuviera frente a frente al director general de una multinacional… ¿Qué le diría?
¿Qué valor le puede brindar un estudiante de veintitantos años al líder de una organización que genera billones de dólares en ventas? Aunque es obvio el valor que un ejecutivo le puede brindar a un estudiante, ya sea consejo o trabajo, la verdadera interrogante es ¿Qué puedo ofrecer a cambio?
Aunque suena un poco ingenuo o idealista, creo que usar 15 minutos para promocionarme es desperdiciar los 15 minutos que pueda tener con estos individuos. ¿Por qué no pensar en una forma de ayudar a este ejecutivo? ¿Por qué no compartirle una idea que pudiera mejorar la calidad de vida de sus empleados o mejorar el mundo en el que vivimos?
Desgraciadamente, el problema de asumir esta filosofía es que el primer paso es tener una idea.
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